Capitulo 3

 

Cuando llegué al instituto me dirigí a la clase absorta en los miles de pensamientos que golpeaban mi mente, caminando hacia ella por mera inercia y sin ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor, o de quien pasaba. Aunque supongo que como todo lo que hacemos en nuestra rutina, con pura apatía.

Tras escuchar aburridas clases sobre conocimientos ya desfasados y que no utilizaría en la vida, cayó en mis manos un libro, y no cualquier libro, si no mi libro preferido. En él se narra la historia en el que un joven perdido y desorientado en su día a día cae en el mundo de las drogas. Esa es la vía de escape hacia un mundo sin problemas y sin tormentos, gracias a la maravillosa cocaína que, más tarde, acabará con su vida. Y como si de un bombardeo se tratara, corrí como pude hacia un sitio tranquilo y solitario que me permitiese viajar hacia un mundo que me alejara así del mío. Devoré cada letra, cada palabra, cada frase, cada párrafo, cada página sumergiéndome en el relato como si yo misma fuese la protagonista. Ahondé en cada detalle que pasó desapercibido esa primera vez que lo leí y, cuando terminé de leerme una buena parte, me di cuenta de que el libro, durante ese tiempo, se había convertido en una maravillosa droga, capaz de paliar todo el sufrimiento y el vacío que sentía.

Me tumbé y las horas pasaron como trenes de alta velocidad. Era eso lo que necesitaba realmente, una droga. Y sí, en el sentido metafórico. Necesitaba un aliciente que inhibiera mi realidad y que a la larga llenase mis lagunas. Pero, en medio de toda esta filosofía, fui interrumpida. Me levanté con impetuosidad, y con la intención de no ser agradable, cuando me di cuenta de quién me acababa de saludar y estaba de pie en frente de mí, el chico misterioso del autobús.

 

–      Vaya, por fin sé algo más de ti, ¿estudias aquí?- me preguntó con cierta insolencia y superioridad, totalmente acorde a como me había imaginado que podría ser. Iba vestido de manera distinta a como me lo encontré esta mañana, ahora iba mucho más arreglado e incluso repeinado.

Yo me quedé en silencio, no sabía qué contestar. No quería que supiese que era más pequeña que él y que me clasificara como una niña cualquiera de un instituto cualquiera.

–      No, vengo a recoger a mi hermana- dije con seguridad, aunque por dentro mi corazón fuese a estallar de un momento a otro.

–      Una lástima, y yo que te iba a invitar a algo. En fin, nos vemos mañana.

Y se fue. Se fue como había venido, sin esperarlo. Se fue. Se fue y sentí justo en aquel momento que el destino nos acababa de unir y que nuestros caminos se habían cruzado para para continuar juntos, aunque desgraciadamente, al final sería como ir descalza por un camino pedregoso y punzante que conduciría a vivir mi mayor pesadilla.

Capítulo 2

Después del café y del cigarro, el siguiente paso es arreglarse ante el espejo.

Mi cuarto de baño, ese sitio tan lujoso entre adornos dorados y azulejos que parecen sacados de un hotel marroquí de cinco estrellas. En medio de esa apariencia de perfección, lloré y me sequé las lágrimas mientras sonaba como caían las gotas de agua y se estampaban contra la ducha, la mejor música para disimular un llanto.

Me miré en el espejo e intenté maquillarme para sacarme algo de partido, unos coloretes y un poco de lápiz de ojos, una máscara que me oculte y un poco de coraza que me proteja. Me observé en él e intenté ver qué había detrás, pero me encontré con la misma mocosa de siempre. Aunque quizás mis ojos clamasen de forma más vivaz un cambio. Una coleta mal hecha y unos pasos mudos, para no despertar a ninguno de mis dos hermanos, son suficientes para emprender hacia un nuevo día, pero por las mismas calles y con la misma gente.

Iba andando hacia el autobús cuando de repente lo vi pasar delante de mí:

–       ¡Eh! ¡Espera!- eché a correr porque tampoco me podía fiar de que me escuchase

Cuando por fin conseguí montarme en el autobús, ahí estaba él sentado. No era mi amor platónico ni con el tío que soñaba por las noches imaginándome un futuro, es el típico tío que ves y te entran ganas de hacer de todo, menos hablar. No estaba en mi instituto, lo conocía simplemente de verlo todas las mañanas en el bus, aunque sí creí que era universitario. Pasé por su lado y me miró, con media sonrisa, hecho que hacía que todavía mi corazón se acelerase más y que tuviese una historia que imaginar durante el trayecto. Me senté dos asientos detrás de él porque era incapaz de ponerme delante, aunque yo pudiese estar mirándole todo el viaje, él también podría hacerlo y de ser así, dudaba que volviese a saludarme de esa forma que tanto me ponía.

Tocarse el pelo, siempre estoy tocándome el pelo, es una manía que tengo y sobre todo cuando pienso en cosas no precisamente correctas. Aunque el sitio no acompañaba para nada a mis pensamientos, ese autobús roñoso, viejo y sucio no debería de haberme llevado a imaginar nada más alejado de un cubo de basura.

Cuando vi que se bajaba, dos paradas antes que la mía, me entraron ganas de hacerlo con él, de bajarme y perseguirlo, intentar conocer algo más sobre ese chico que además de estar, creedme, muy bien físicamente, tenía unos movimientos y gestos misteriosos a la vez que atrayentes, andaba como si supiese todos y cada uno de los secretos de las personas que pasaban por su lado, miraba con superioridad, como si estuviese en la cima de toda la zona en la que se había parado, un barrio conflictivo conocido por las peleas, por la diversidad racial y por la droga. Ya apenas podía verle, pero algún día me bajaría y lo buscaría y hablaría con él y me daría su número y convertiría mis deseos en realidad.

 Mercedes Domínguez Torres

Capítulo 1

 Café. Siempre me gustó el café, ese sabor amargo que se oculta con un par de cucharadas de azúcar y que te prepara para el día que te espera. Un día duro y monótono que afrontas por mera rutina y no precisamente con entusiasmo. Más bien con pesadez y desánimo esperando a que la vida de un giro inesperado que te señale con una mega señal el camino que debes seguir, cuál será el siguiente paso que te devuelva la felicidad.

  Cigarro. El cigarro siempre va después del café, también es pura rutina, por supuesto. Esos cinco minutos en los que puedes no pensar en nada o en los que le das vueltas una y otra vez al día anterior, a un amor, a una experiencia que no puedes quitarte de la cabeza. Sea como sea, es una manera de pasar, o mejor dicho de matar, el tiempo. De que las 24 horas que tiene un día pasen más rápido y que se esfumen los segundos como los granos de arena entre los dedos de la mano.

  Me llamo Carolina y tengo 17 años, lo que ahora voy a contar aquí no debería ser descubierto, así que no sé a quién le escribo pero de alguna manera es un testimonio para justificar mis actos y para desvelar los de algunos otros que hirieron mi dignidad y violaron mi seguridad. No lo escribo como una superviviente de esta selva de energúmenos ni como una tía irresistible en una jauría de lobos sedientos de sexo, puesto que mi físico no da para tanto. Lo escribo como un listado de consecuencias ante la inseguridad de mí misma, mi cabello castaño sin brillo, unos labios finos, unos ojos azules saltones de rana y un cuerpo mediocre, ante mi desestructurada mente, un balancín en la toma de decisiones importantes, peor incluso que una veleta en un día de huracán. Ante mis ganas de llenarme de algo que me haga sentir plena, que no sea el humo que entra en los pulmones y que, después de un tiempo, se esfuma. Ante mis ganas de sentir la vida incluso en los momentos en los que no estás de fiesta o liándote con un tío.

  Me llamo Carolina y tengo 17 años, lo que ahora voy a contar aquí no debería ser descubierto, porque roza el límite de lo prohibido, roza el límite de los derechos, roza el límite de todos aquellos ideales y valores que un día nos inculcaron en algún momento. Lo que ahora voy a contar aquí es la historia en la que intentaron asesinarme, es la historia en la que mi cuerpo fue usado como un objeto, es la historia que marcó mi vida.

Mercedes Domínguez Torres

 

 

El primer párrafo.

 Café. Siempre me gustó el café, ese sabor amargo que se oculta con un par de cucharadas de azúcar y que te prepara para el día que te espera. Un día duro y monótono que afrontas por mera rutina y no precisamente con entusiasmo. Más bien con pesadez y desánimo, esperando a que la vida de un giro inesperado que te señale con una mega señal el camino que debes seguir, cuál será el siguiente paso que te devuelva la felicidad. 

Mercedes Domínguez Torres

¡Libro acabado! ¡Nuevo proyecto en mente!

   Tras pensarlo mucho quiero comunicaros una noticia muy importante, al menos para mí lo es. 

    Hace dos años, más o menos, empecé un libro con mucha ilusión y hace un mes o cosa así que por fin lo terminé. Es una historia de intriga y de suspense que después de un duro mes ya lo he revisado. Para ser el primer relato largo y elaborado que escribo estoy muy contenta con el resultado, sobre todo por ver terminado un proyecto en el cual he invertido tiempo y dedicación, no solo de horas pensando sobre cómo poner en orden las ideas que asaltaban mi mente si no también de releer y releer y releer una y otra vez lo mismo, dándome cuenta de aquellas oraciones mal hechas, de estructuras que se podrían poner mejor, añadiendo ideas, esas ‘s’ que van final de algunas palabras y que se olvidan (quizás porque sea de Andalucía) Sea como sea, hoy he terminado la revisión, y estoy tan feliz que necesitaba ponerlo por aquí, una vía de escape que hace un mes, cuando terminé el libro, creé para desfogar y estructurar aquello de lo que sentía la necesidad de expresar. 

    Tras decir esto, aun me falta una cosa, tenía pensado un título pero al final no me convence, así que tengo ahí un libro sin nombrar y sin ser leído pero que me llena de vida y de satisfacción.

     Por último, me gustaría informaros de un pensamiento que me rondó una noche antes de dormir. Hace dos semanas, empecé a escribir una historia, sin intención de escribir algo largo y sin tener la menor idea de la historia que quería desarrollar. Al final, lo que escribía sin pensar y sin un molde fijo, ha ido tomando forma en mi mente en forma de un nuevo libro. 

No sé cómo se llamará, a qué género pertenecerá ni cómo acabará, pero si veo que la cosa marcha me gustaría compartir con vosotros capítulo a capítulo, ya que en la situación en la que vivimos está complicado hacerlo de otra manera. 

¡Gracias por leer un poquito del reflejo del cómo me siento ahora! Todo con esfuerzo y ganas se consigue,                                         ¡ a seguir persiguiendo sueños!

Imagen