Los sueños y el destino

Podemos tener un sueño, o quizás muchos. Sueños que no se desvanecen a pesar de todas las piedras que nos podemos encontrar en el camino, dificultando llegar a nuestra meta. Pero, ¿cuánto vale un sueño? ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar, a trabajar, a sufrir por conseguirlo? 

Tenemos sueños sólidos, ideas que parecen que podemos tocar, destinos que vemos cerca de nosotros, pero por más que andamos y andamos nunca llegamos a ello. Y nuestras fuerzas se agotan, nos decimos a nosotros mismos que no somos capaces, que no valemos para ello, que no somos lo suficientemente buenos. Somos simples, no aspiramos a llegar tan alto, a ese deseo que roza la Luna y al que solo los mejores llegan.

Habrá etapas en las que el sendero que nos lleve hasta él, sea de terciopelo, con pétalos de rosas y luces alumbrando el camino a seguir, y otras, en las que sólo encontremos espinas y golpes, decepciones. Por eso me pregunto, ¿cuándo un sueño deja de serlo para convertirse en una pesadilla, en algo que nos trastorna y enloquece?

Si pensamos seriamente en eso y no lo perdemos de vista, aunque nuestras flaquezas broten y el ánimo desaparezca, la meta siempre permanecerá en el mundo en el que vivimos. Hay que tener fe, pensar que después de la caída seremos inmunes a ese dolor, seremos más fuertes que antes, y seguiremos andando. 

Quizás algunos sueños estén hechos para eso, para andar, para crecer, para conocernos. Porque realmente, por mucho que nos queramos engañar, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, nosotros somos los que nos ponemos los límites, los que decimos «basta, ya no más»

Caminad, luchad, creed, creed en vosotros mismos, no desistáis. Porque es así como ganáis, es así como realmente sabréis si el sueño merece la pena, si ese sueño es el que realmente queréis. Seguid haciéndoos fuertes, y dejaos sorprended. 

No seréis ni el primero ni el último que intentando conseguir algo, se da cuenta de lo que realmente quiso siempre.

 

 

 

 

Benditos momentos

    Cuando no paramos de equivocarnos y de caer en la misma piedra nos preguntamos que cuándo llegará el momento en el que aprenderemos. Sin darnos cuenta de que, esas caídas, esas señales en el alma, son las que van configurando nuestra forma de ser. 

    Aprendemos con los golpes y los reflexionamos con el tiempo. Y es la serenidad la que nos permite no cometer el mismo error dos veces, a no dejarnos llevar por el momento. 

    Malditos momentos. Al final por mucho que te hayas caído y por mucho que hayas pensado, hay momentos que te impiden actuar con la cabeza fría. Hay momentos que duran semanas, y hay momentos que duran tan solo una sonrisa. 

    Benditos momentos. Benditos aquellos que te hacen olvidar las caídas para disfrutar de cada segundo, de cada sonrisa, de cada caricia, de cada mirada. Y afortunados a los que se nos viene a la mente una persona, a una adorable persona.

 

Io e te un sogno che non finirà mai

 

 

 

A pesar de lo que somos

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   Dicen que el amor es algo que ya solo se encuentra en los libros, algunos reales, románticos, idílicos, pasionales, lujuriosos y, otros, inalcanzables y utópicos, regidos por una sucesión de acontecimientos que hacen ese amor imposible.

    Sin embargo, en nuestro día a día vemos amor por casi todos lados, y todos lo hemos sentido, ya sea correspondido o no. El amor se siente cuando nuestra personalidad desea a otra persona, cuando cada una de las características, virtudes y defectos de esta despiertan en nosotros un sentimiento, llamado amor. Si mezclamos sus facultades, sus errores, sus aciertos y lo que en nosotros despierta, sale un combinado de felicidad. Y es que, al fin y al cabo, el amor, el de verdad, el bueno, lleva a eso, lleva a ser felices a pesar del miedo que podamos tener.
     Tenemos miedo a sentir. Quizás porque la sociedad nos enseña al tener, y no al amar. Tenemos miedo a que nos rechacen, tenemos miedo a que nos hagan daño, a perder el tiempo, al que dirán, tenemos miedo por la falta de confianza en nosotros mismos, porque no sabemos si seremos lo suficientemente buenos. Tenemos defectos, tenemos miles de defectos que odiamos y pensamos que jamás nadie será capaz de soportar nuestra carga, nuestros malos días. Somos testarudos y cabezotas, ¿quién estará dispuesto a aguantar nuestras arrogancias? Somos indecisos y como se dice «quien no corre, vuela», nadie esperará nuestras continuas reflexiones sobre si arriesgarse valdrá la pena.
     Y entonces llega el día, en el que no solo dejas atrás el miedo o el daño que te hayan podido hacer, las malas experiencias, si no que aceptas que no eres perfecto y te gustan las imperfecciones de esa persona que, además de enseñarte a querer, te enseña a quererte a ti mismo.

A pesar de lo que somos, todavía nos arriesgamos a amar. Y quien se arriesga en amor, gana en experiencia, gana en felicidad, gana en momentos, gana en euforia, gana en vida.

 

Ah, y no te arrepientas nunca de lo que hayas hecho, pues es lo que deseabas en ese momento.

Iglesia: ¿defectos y virtudes?

  Pensar en nuestros defectos …

… nos puede llevar un tiempo, algunos parecen haber nacido sabiéndolos y otros en cambio tardan la mitad de su vida en darse cuenta de ellos. Quizás siempre hemos sabido cuáles son y siempre hemos sido conscientes de aquellos nuevos que hemos ido descubriendo, el problema radica en aceptarlos y, con ello, en aceptarnos a nosotros mismos.

La típica frase de: «Nadie es perfecto» por muy tópica que suene, es más real que el hecho de que Beethoven fuese alemán. No hemos sido, ni somos, ni seremos personas sin fallos, tengamos la posición, los amigos o el trabajo que sea. Y de tan simple planteamiento llego a lo que quería llegar.

La Iglesia. ¿Suena un poco dispar, no? La Iglesia está formada por personas, y con la característica intrínseca de la imperfección. Las personas pueden ser imperfectas por culpa de la ambición, de la codicia, del placer, de la rebeldía (que en algunos casos ir a contracorriente es más una virtud), del dinero, del egoísmo, de la avaricia…  y un sin fin de carencias por las que son castigadas nuestras vidas. Criticar a la Iglesia es tan fácil como criticar al vecino del tercero, no se enterará nunca y tendrá fallos como todo el mundo tiene. La historia marca todas y cada una de las caídas morales que ha sufrido la Iglesia desde que surgió, y por supuesto, esto no es una justificación a ninguno de sus errores pues hay algunos que son injustificables. Simplemente es mostrar mi opinión a comentarios que se escuchan en el día a día en contra de la Iglesia. Es cierto aquellos hechos que recrimináis, aunque otros no, pero las personas además de defectos, también tienen virtudes.

Como cristiana, soy dura en su defectos pues soy Iglesia, y los cristianos debemos ser los más críticos hacia la institución que nos representa, o es así como yo lo siento, pero también los más fieles defensores de todos aquellos actos que dotan de sentido nuestra fe. Solo quiero mencionar a todas aquellas personas que se desviven para que aquel que no pueda comer coma, para que aquel que no tiene con quien hablar tenga días en compañía, para que aquel que vive en el mundo de las drogas salga adelante, para que aquel que no tiene posibilidad de estudiar estudie, para esa persona que es tachada de «ilegal» se sienta acogida, para que aquellas mujeres maltratadas recuperen la confianza en sí mismas, para que aquellas mujeres que tuvieron que vender su cuerpo recuperen la dignidad. Y lo mejor de todo, que no solo son «aquellos», «aquellas», lo mejor es que dentro de la Iglesia tú no serás un número, no serás una cifra, no serás un porcentaje, no serás uno más, serás Juan, serás María, serás Pepe, serás Lucía, serás tú.

 

Y sí, la Iglesia ha tenido muchos fallos, pero si a nosotros también nos gusta que valoren nuestras virtudes , ¿por qué no se hace lo mismo con la Iglesia?

Progreso

 Golpes. Golpes débiles. Débiles y lejanos. Lejanos e intermitentes. No eran relevantes para mí. Estaban lejos, ni si quiera podía sentirlos ni empatizar con ellos. Los golpes eran como para muchos es un mendigo, como para muchos es el respeto, como para muchos es la honestidad. En definitiva, aquellos golpes no tenían nada que ver conmigo. Algo verdaderamente sorprendente ya que, durante un tiempo, esos golpes arañaron mi alma como las piedras al coral en un fuerte oleaje.

 Por fin, dejé de escucharlos. No los oía y seguía sin sentirlos, y eso hizo que se encarnara en mi piel, que no en mi corazón, un sentimiento de indiferencia y apatía con todo lo relacionado a esos ruidos que, aunque por un breve tiempo, pudieron captar mi atención. En mí se relevaron todos aquellos deseos que estuvieron cohibidos y encerrados, dañados por esas heridas que no cicatrizaban pero que, cuando lo hicieron, sentí libertad y locura en cada poro de mi cuerpo, sentí felicidad en cada gota de lluvia, sentí frescura en las hojas de los árboles al caer, sentí la vida en cada esquina.

 Poco a poco, tras sentir la adrenalina de todos los deseos prohibidos que concebía en aquel momento, mi alma se fue deshinchando por pequeños escapes. Ni si quiera era del todo consciente, solo cuando de manera esporádica, volvía a haber algún que otro golpe. Ya no arañaba, no dolía, pero sí los sentía.

 Los golpes aumentaban mientras yo los intentaba esconder y negar en vano, ahora también gritaban. Me demandaban un cambio con un tono agonizante en medio de un ambiente de risa y diversión que confundían mis más profundos anhelos.

 Y cuando todo era un caos y los golpes ya causaban estragos, apareciste tú. Despejando cualquier nube de dudas u opresión, liberando las cadenas que me ataban a mi propia piel, hiciste que conociera verdaderamente la libertad. No quería libertad en mi piel, la quería en el amor. 

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Algo singular, así es él

Algo singular, en maneras, en formas de sentir, en tacto, en distancias, en palabras. Que afecta seas hombre o mujer, porque él no entiende de sexos, ni si quiera atiende a determinadas personalidades, le da igual que seas serio, seco, frío o cálido,
vivaz y atento, porque antes o después logrará atraparte.
Es él quien hace que ejercites la memoria, que la mejores. Es él quien hace que no se te pasen ciertas fechas desapercibidas, incluso si eres de ese tipo de persona que no recuerda el día de su santo o el nombre de una persona que ves todos los días.
Es él quien logra que superes las fronteras de tu miedo, incluso teniendo miedo al miedo. El que hace que te lances sin pensar o  hacerlo aun sabiendo que la piscina está vacía y no se llenará. Que seas un «kamikaze» en este mundo de cuadrícula, un loco que se adentra en un mundo apasionado y funesto al mismo tiempo.
Es él quien provocará que tengas un valor especial a la noche, tiempo de reflexión y de recuerdos que te penetran en el corazón sin quererlo y que te dejan desnudo ante tus deseos y tus ruinas.
Es él. Es él. También será él el que luche contra la envidia y la avaricia. Quien peleará por ti ante un ejército de decepciones, dándote siempre la esperanza como premio.
Amor. Él es amor. Que no atiende a género,ni femenino  ni masculino, solo al género indefenso.
Amor. Él es amor.
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La noche, las estrellas, la luna

   Entre todas las estrellas del cielo siempre tuve fijación por una, no tenía si quiera el mismo brillo que lucían las demás y era difícil de ver, siempre escondiéndose entre las más grandes y hermosas estrellas, intentando hacerse pasar por un planeta desconocido, para así captar la atención de todos y ser querida durante un tiempo. 

   Cuando un día la toqué, empezó a brillar más que nunca, dejó de esconderse y el cielo estaba reluciente por su intenso brillo. Fue entonces cuando comprendí que aunque algo parezca a simple vista inferior, cuando lo tratas, cuando lo tocas, cuando hablas con él, la vida se ilumina, aun siendo para los demás otra estrellas más.

   Si quieres algo, ve a por ello, sin miedo, sin balbuceos. Si quieres algo lucha por ello, aunque la sociedad te mire y piense que te estás equivocando. Porque vida solo hay una, y está en ti el ser la luna del cielo o, simplemente, una estrella más.

Capitulo 3

 

Cuando llegué al instituto me dirigí a la clase absorta en los miles de pensamientos que golpeaban mi mente, caminando hacia ella por mera inercia y sin ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor, o de quien pasaba. Aunque supongo que como todo lo que hacemos en nuestra rutina, con pura apatía.

Tras escuchar aburridas clases sobre conocimientos ya desfasados y que no utilizaría en la vida, cayó en mis manos un libro, y no cualquier libro, si no mi libro preferido. En él se narra la historia en el que un joven perdido y desorientado en su día a día cae en el mundo de las drogas. Esa es la vía de escape hacia un mundo sin problemas y sin tormentos, gracias a la maravillosa cocaína que, más tarde, acabará con su vida. Y como si de un bombardeo se tratara, corrí como pude hacia un sitio tranquilo y solitario que me permitiese viajar hacia un mundo que me alejara así del mío. Devoré cada letra, cada palabra, cada frase, cada párrafo, cada página sumergiéndome en el relato como si yo misma fuese la protagonista. Ahondé en cada detalle que pasó desapercibido esa primera vez que lo leí y, cuando terminé de leerme una buena parte, me di cuenta de que el libro, durante ese tiempo, se había convertido en una maravillosa droga, capaz de paliar todo el sufrimiento y el vacío que sentía.

Me tumbé y las horas pasaron como trenes de alta velocidad. Era eso lo que necesitaba realmente, una droga. Y sí, en el sentido metafórico. Necesitaba un aliciente que inhibiera mi realidad y que a la larga llenase mis lagunas. Pero, en medio de toda esta filosofía, fui interrumpida. Me levanté con impetuosidad, y con la intención de no ser agradable, cuando me di cuenta de quién me acababa de saludar y estaba de pie en frente de mí, el chico misterioso del autobús.

 

–      Vaya, por fin sé algo más de ti, ¿estudias aquí?- me preguntó con cierta insolencia y superioridad, totalmente acorde a como me había imaginado que podría ser. Iba vestido de manera distinta a como me lo encontré esta mañana, ahora iba mucho más arreglado e incluso repeinado.

Yo me quedé en silencio, no sabía qué contestar. No quería que supiese que era más pequeña que él y que me clasificara como una niña cualquiera de un instituto cualquiera.

–      No, vengo a recoger a mi hermana- dije con seguridad, aunque por dentro mi corazón fuese a estallar de un momento a otro.

–      Una lástima, y yo que te iba a invitar a algo. En fin, nos vemos mañana.

Y se fue. Se fue como había venido, sin esperarlo. Se fue. Se fue y sentí justo en aquel momento que el destino nos acababa de unir y que nuestros caminos se habían cruzado para para continuar juntos, aunque desgraciadamente, al final sería como ir descalza por un camino pedregoso y punzante que conduciría a vivir mi mayor pesadilla.

Salir con una chica que lee/Salir con una chica que no lee

   He encontrado esta especie de artículo en la página http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=1&size=n . Trata sobre cómo sería la vida al elegir a esa chica que sale de fiesta, se divierte y que se deja llevar por la mayoría, o bien salir con esa chica que es absorbida por un sin fin de mundos e historias diferentes plasmadas en los libros. Quizás sea un poco extremista, o tal vez no. Sea como sea aquí lo dejo  para que saquen sus propias conclusiones:

Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
 
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca. 

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella. 

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. 

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. 

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. 

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la sagaCrepúsculo

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

 

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio.No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. 

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. 

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

ImagenFRANK BENSON, “La lectora”, 1910.

Capítulo 2

Después del café y del cigarro, el siguiente paso es arreglarse ante el espejo.

Mi cuarto de baño, ese sitio tan lujoso entre adornos dorados y azulejos que parecen sacados de un hotel marroquí de cinco estrellas. En medio de esa apariencia de perfección, lloré y me sequé las lágrimas mientras sonaba como caían las gotas de agua y se estampaban contra la ducha, la mejor música para disimular un llanto.

Me miré en el espejo e intenté maquillarme para sacarme algo de partido, unos coloretes y un poco de lápiz de ojos, una máscara que me oculte y un poco de coraza que me proteja. Me observé en él e intenté ver qué había detrás, pero me encontré con la misma mocosa de siempre. Aunque quizás mis ojos clamasen de forma más vivaz un cambio. Una coleta mal hecha y unos pasos mudos, para no despertar a ninguno de mis dos hermanos, son suficientes para emprender hacia un nuevo día, pero por las mismas calles y con la misma gente.

Iba andando hacia el autobús cuando de repente lo vi pasar delante de mí:

–       ¡Eh! ¡Espera!- eché a correr porque tampoco me podía fiar de que me escuchase

Cuando por fin conseguí montarme en el autobús, ahí estaba él sentado. No era mi amor platónico ni con el tío que soñaba por las noches imaginándome un futuro, es el típico tío que ves y te entran ganas de hacer de todo, menos hablar. No estaba en mi instituto, lo conocía simplemente de verlo todas las mañanas en el bus, aunque sí creí que era universitario. Pasé por su lado y me miró, con media sonrisa, hecho que hacía que todavía mi corazón se acelerase más y que tuviese una historia que imaginar durante el trayecto. Me senté dos asientos detrás de él porque era incapaz de ponerme delante, aunque yo pudiese estar mirándole todo el viaje, él también podría hacerlo y de ser así, dudaba que volviese a saludarme de esa forma que tanto me ponía.

Tocarse el pelo, siempre estoy tocándome el pelo, es una manía que tengo y sobre todo cuando pienso en cosas no precisamente correctas. Aunque el sitio no acompañaba para nada a mis pensamientos, ese autobús roñoso, viejo y sucio no debería de haberme llevado a imaginar nada más alejado de un cubo de basura.

Cuando vi que se bajaba, dos paradas antes que la mía, me entraron ganas de hacerlo con él, de bajarme y perseguirlo, intentar conocer algo más sobre ese chico que además de estar, creedme, muy bien físicamente, tenía unos movimientos y gestos misteriosos a la vez que atrayentes, andaba como si supiese todos y cada uno de los secretos de las personas que pasaban por su lado, miraba con superioridad, como si estuviese en la cima de toda la zona en la que se había parado, un barrio conflictivo conocido por las peleas, por la diversidad racial y por la droga. Ya apenas podía verle, pero algún día me bajaría y lo buscaría y hablaría con él y me daría su número y convertiría mis deseos en realidad.

 Mercedes Domínguez Torres